martes, 6 de septiembre de 2011

¿Por qué no quiero ser político?

Frente a esta pregunta capciosa que fue formulada por un gran querido amigo, comienzo una nueva entrada en mi blog. Con ella quiero tratar de resolver algunas dudas que siempre me he encontrado ante la gente conocida y desconocida que me ha interrogado sobre mis nuevas actitudes en el mundo de la política.
Tengo que reconocer que mi entrada en la política no venía precedida de sueños y aspiraciones pasadas, sino más bien por la materialización de suerte y destino impredecibles. Conocido este aspecto sobre mí, puedo comenzar mi entrada…
Como decía el ilustre Manuel Fraga: “Para algunos, el político es un personaje aprovechado, interesado, hipócrita, que promete más de lo que puede cumplir, que usa la retórica para engañar al electorado, que es propicio a la corrupción y al engaño”. Y es así en la realidad, pero no porque los políticos quieran ser así, sino porque la concepción que se tiene sobre ellos es la que de alguna forma condiciona su vida profesional y personal, hasta el resto de sus días en este mundo imperfecto.
Desde tiempos inmemoriales, la política ha sido parte de nuestra vida y eso se debe en gran parte a nuestra propia naturaleza. En el momento en que dejamos la vida familiar y buscamos poder estrechar lazos con otros grupos de individuos, se hizo necesario el tener que dialogar y negociar intereses necesariamente enfrentados a los de otros. En esta negociación, fuimos capaces de saber que la labor no podría ser desempeñada por cualquier persona y designamos para esa labor a las personas más capaces.
Bajo este contexto y explicación histórica, mi respuesta fue clara para mi querido amigo:

1)      No quiero ser político porque tendré que enfrentarme cada día de mi vida a la dura tarea de convencer a la gente que me rodea de que la profesionalidad si es compatible con esa labor.
2)      No quiero ser político porque deberé demostrar a todos y todas que el poder representar a la gente no es un trabajo bien remunerado en el ámbito social. El respeto que lograré nunca será pleno como en otros servicios a esta sociedad, y siempre seré tachado de oportunista y corrupto ante situaciones difíciles.
3)      Tampoco quiero ser político porque siempre seré objeto de las más duras críticas. El hacerlo bien siempre será una obligación, y el error en mis actos, una muestra de mi ineptitud y símbolo claro de la clase que ocupo.
4)      No quiero ser político porque siempre encontraré la justificación de que toda mi labor es poca y que por supuesto, si he trabajado mucho, no es suficiente para compararme al resto de mis conciudadanos.
5)      Diré no a la pregunta de si quiero ser político, porque cómo todos dicen, siempre miento y nunca digo las cosas claras. Me tacharán de ser mentiroso sin haber mentido y de ser retórico cuando aún no lo haya hecho.

Estás y otras razones sorprendieron a mi querido amigo, ya que él esperaba que le diera una batería de razones y argumentos para justificar mis andanzas por este ingrato mundo de la política, a las que pudiera asaltar, cuchillo en mano, con los famosos estereotipos y prejuicios obtenidos durante su período en este mundo.
Acto seguido, y tras un silencio lleno de suspiros, le cité una gran frase de un gran político español: “La política es el arte de aplicar en cada época aquella parte del ideal que las circunstancias hacen posible”.
Ante su silencio, expresé lo siguiente: “Sabes que a mí nunca me gustó la manera fácil de pasar mi vida en este mundo. Siempre opté por la vía difícil, y eso siempre ha sido un orgullo para mí. ¿Por qué? Algunos me han llamado provocador y otros, ávido de la crítica externa, pero lo que sí tengo claro es que si se quiere cambiar este mundo, no se puede recurrir a la vía fácil, porque ésta es tenebrosa y superficial. La propia condición humana nos hace no conformarnos con lo que tenemos y por eso somos capaces de hacer las cosas más terribles, pero también las más gloriosas”.
Por eso le dije finalmente: “Si quiero ser político, es porque todo lo que te he dicho siempre ha sido lo que me ha motivado. Me enfrento todos los días a esos prejuicios, y es lo que me llena de satisfacción cuando quiero afrontar el día a día. Solamente te diré que no soy el único, y cada vez somos más los que queremos vivir al borde del acantilado para lograr mucho y no ser reconocidos, pero esa es mi carta de presentación y con ella viviré el resto de mis días”.